lunes, 8 de octubre de 2012


(Suspiro de novela)

Permanecimos dos horas mirándonos, sin decirnos nada.
Ella estaba montada encima de mí, desnudos los dos.
Mi pene había quedado atrapado en la entrada de sus genitales cerrados.
Repetimos los besos con lenguas dulces, enamoradas.
Cómo se mezclaron nuestros cabellos; los de ella, más dorados que nunca; los míos, casi lacios y oscurecidos por el otoño crudo helvético.
-En unos días, mi amor, volverán tus rulitos divinos.
Así fue…

Enrique Flores Cáceres.

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