viernes, 19 de octubre de 2012



‎(Fragmento de novela)

Con mi padre me llevaba genial.
Era más duro que comer un pan de enero en diciembre, pero pronto le cogí el hilo: sí papá, muy bien papá, como tú digas, papá.
Además era un buen tío, muy buen esposo, adelantado para su época en cuanto a compartir decisiones con mi madre. Él la veneraba.
Sin embargo mi debilidad era ella. Siempre anduve pegado a sus faldas, tanto así que hasta empezar el primer año de primaria íbamos juntos todas las mañanas a su colegio.
Mi primer recuerdo brota a partir de los 3 años y medio hasta los 6, aunque la Pedagoga decía que antes de cumplir 36 meses ya me sentaba en el aula al lado de las niñas.

Ella enseñaba sexto grado cuando cumpliendo cinco años y medio, una niña muy espabilada me pidió que me siente con ella.
En la hora del recreo, Azucena sugirió que me quede un ratito más.
Era una adolescente complicada que había venido en la segunda parte del curso al salón de mamá y tenía 14 años.
Cuando estuvimos solos cogió mi mano infantil y se la metió debajo del uniforme azul. Lo tenía premeditado pues estaba sin calzón.
Mis cinco deditos de repente se sintieron mojados por su primer efluvio adolescente.
-¿Qué sientes, Eduardito?
Creo que te estás orinando, Azucena.
Rompió a carcajadas diciendo, eres muy niñito para entender muchas cosas.
Le di un piquito puro, infantil, de ésos que las nenitas me pedían a cada rato y salí al patio con mi pelota a jugar contra todas las niñas. Siempre les ganaba....
De vez en cuando nos tirábamos al suelo, las niñas formaban una carpa humana sobre mí.
Yo tocaba a las que podía en sus partecitas íntimas para ver si estaban orinadas como Azucena.
Ellas reían mucho diciendo, qué terrible será Eduardito de mayor...


Enrique Flores Cáceres.

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