domingo, 30 de septiembre de 2012


Bajando a tu alma
como el palomo
al beso de su amada.
Qué silencio de las aves
cuando se aman.

Subiendo a las cumbres de tus plantas,
como el aire al rincón que más le llama.
Así llego a tus tobillos,
recorriendo el reino de tus dedos que bendigo.

Simplemente imaginando tus espaldas;
viendo cómo un hijo, tuyo y mío,
por ese infinito se resbala.
¿Qué más, belleza mía, se puede presagiar, oliendo al alba?

Enrique Flores Cáceres.

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