Bajando a tu alma
como el palomo
al beso de su amada.
Qué silencio de las aves
cuando se aman.
Subiendo a las cumbres de tus plantas,
como el aire al rincón que más le llama.
Así llego a tus tobillos,
recorriendo el reino de tus dedos que bendigo.
Simplemente imaginando tus espaldas;
viendo cómo un hijo, tuyo y mío,
por ese infinito se resbala.
¿Qué más, belleza mía, se puede presagiar, oliendo al alba?
Enrique Flores Cáceres.
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