Ni un dedo ni un alma ni un aire ni la paz.
Ni mi madre, menos un hermano. El infinito amor a mis hijos
lejanos.
No está el universo y si estuviera, el mío no camina por su manto.
Unos ojos que nunca supieron que los quiero,
(me sorprendo, pero aún les recuerdo).
No hay flores, no hay dicha, la falta de todo es mi brisa.
No está felizmente mi vida,
(vaya si mi vida no jodió a mi vida).
Sé por dónde debo ir,
pero no deseo subir;
necesito asimilar,
en un instante la verdad:
volveré a ver
a la mujer que un día hube de enterrar.
Llega Dios, le reconozco; millones de veces vi su rostro.
Queda mirando a mis ojos,
me prohíbe seguir mojando, del lugar donde estoy, cada
recodo.
De pronto
suena maravillosamente el Silencio,
ven, grita el esplendor de mi viento.
Aparece lo que imaginé,
armonía,
un segundo sin día,
la lucidez de la luz,
mi alma se funde en su Azul,
desciendo de mi cruz,
recupero la paz,
hago sin darme cuenta,
un hogar en las aguas del mar.
Ella...
Enrique Flores Cáceres-